(Continuación de la sexta parte)
LA OPERACIÓN
A pesar de las bromas de que fui objeto el lunes por parte de Fina, la enfermera que me cuidaba: — ‹‹ Te dejo salir un fin de semana y lo primero que haces es cascarte una fabada ››, se reía la leonesa —, las noticias no fueron buenas. No respondía al tratamiento y las plaquetas se encontraban reducidas a su mínima expresión.
—Te vamos a operar para extirparte el bazo. Muerto el perro muerta la rabia —me dijo el doctor Melibosky.
Pocos días después entré en el quirófano. El primer y nebuloso recuerdo tras la operación, fueron las caras de mi mujer y de una enfermera de ojos azules que me instaban a orinar si no quería que me sondaran. Después siguieron los días interminables recuperándome, unido a los tubos que me suministraban el suero gota a gota, mientras la limpia incisión de mi abdomen, que atravesaba un mar de moratones, iba cicatrizando lentamente.
—Te vamos a operar para extirparte el bazo. Muerto el perro muerta la rabia —me dijo el doctor Melibosky.
Pocos días después entré en el quirófano. El primer y nebuloso recuerdo tras la operación, fueron las caras de mi mujer y de una enfermera de ojos azules que me instaban a orinar si no quería que me sondaran. Después siguieron los días interminables recuperándome, unido a los tubos que me suministraban el suero gota a gota, mientras la limpia incisión de mi abdomen, que atravesaba un mar de moratones, iba cicatrizando lentamente.
Melibosky había acertado plenamente en su diagnóstico, y eliminado el bazo traidor, secuestrador de plaquetas, el número de estas había aumentado considerablemente. Yo atendía al rosario de visitas de familiares y amigos que se turnaban junto a mi lecho, entre ellas la de Albert Cañagueral que me trajo el dominical con el reportaje sobre Jabugo ya impreso.
La más noctámbula siempre era la del fotógrafo de El Periódico, Albert Bertrán, que vivía muy cerca del hospital y aprovechaba el fin de sus escapadas nocturnas para visitarme.
Recibí el alta hospitalaria, a tiempo aún de celebrar con moderación la noche de fin de año, por fin fuera del centro sanitario; la iglesia de Auvers, que había estado tan cerca de no poder ver, todavía colgada en la pared de mi estudio, pero que fue a parar inmeditamente al contáiner de basura más próximo junto a los árboles de Navidad abandonados.
Toda esta sucesión de imágenes pasó ante mis ojos comprimidas en el tiempo. Abrí los ojos y volví a contemplar el espléndido paisaje que se extendía bajo mis pies. La pareja de águilas reales había desaparecido hacía tiempo, el sol se había ocultado ya tras las montañas, y pensé que había llegado la hora de regresar.
Recibí el alta hospitalaria, a tiempo aún de celebrar con moderación la noche de fin de año, por fin fuera del centro sanitario; la iglesia de Auvers, que había estado tan cerca de no poder ver, todavía colgada en la pared de mi estudio, pero que fue a parar inmeditamente al contáiner de basura más próximo junto a los árboles de Navidad abandonados.
Toda esta sucesión de imágenes pasó ante mis ojos comprimidas en el tiempo. Abrí los ojos y volví a contemplar el espléndido paisaje que se extendía bajo mis pies. La pareja de águilas reales había desaparecido hacía tiempo, el sol se había ocultado ya tras las montañas, y pensé que había llegado la hora de regresar.
Epílogo.
La vida da muchas vueltas. Un año y medio después del final de esta historia, el 14 de julio del Año Olímpico de 1992, nació Andrea.
La vida da muchas vueltas. Un año y medio después del final de esta historia, el 14 de julio del Año Olímpico de 1992, nació Andrea.