(Continuación de la quinta parte)
CENA EN LA BALSA
A partir de ese momento, los acontecimientos se desencadenaron. Fui ingresado, trasladado en una silla de ruedas. A continuación me practicaron todo tipo de análisis. El más decisivo fue una punción en el esternón para proceder a un estudio de la médula y comprobar si había signos de leucemia. Tras tres días interminables llegaron los resultados que fueron negativos.
—Descartada la leucemia hemos comprobado que tu bazo, aún no sabemos por qué, está secuestrando a todas las plaquetas. Una de las posibilidades sería una reacción ante las pastillas Lariam contra la malaria que te tomastes en tu último viaje al sudeste asiático. Vamos a tratarte con una serie de medicamentos para intentar corregir el desarreglo —el doctor Melibosky, un argentino de mi edad, de voz y maneras pausadas, me informó de la situación mientras me miraba directo a los ojos. Pasaron unos días y aumentó, aunque muy ligeramente, el número de plaquetas, gracias al agresivo tratamiento con cortisona. Tenía una celebración importante, por lo que tras mucho insistir, recibí permiso para pasar el fin de semana en casa y asistir a una cena en la que se celebraba la aparición del libro Barcelona’90, para el que había colaborado junto a otros fotógrafos.
Se acercaba la época de los Juegos Olímpicos que iban a celebrarse en Barcelona, y la ciudad hervía en un mar de actividades culturales. Eran las ocho de la noche de un sábado a comienzos de diciembre. Abrí la puerta de mi piso, dejé la pequeña bolsa con ropa en el suelo y me dirigí hacia el estudio para, lentamente, pasar la página del mes de noviembre del calendario de Van Gogh y encararme durante unos minutos con la bella y terrible imagen de la iglesia de Auvers. Este sencillo acto se había convertido en una obsesión durante los últimos días. De alguna manera creía que si podía contemplar la pintura durante el mes que tocaba, o sea diciembre, podría romper el maleficio que había caído sobre mí.
Finalmente lo había hecho. No sabía lo que ocurriría en los próximos días, pero tuve la sensación de que, aunque la muerte me había rozado con sus dedos gélidos, tal vez no me había llegado aún la hora.
Conduje hasta el restaurante La Balsa, situado en la parte alta de Barcelona, muy cerca de la falda de la sierra de Collserola. Esta ubicado en un espléndido jardín que hace muy agradables las cenas en las tibias noches barcelonesas de primavera y verano. Pero para esta época del año se habían instalado unas amplias cristaleras bajo el techo de madera, para que los comensales pudierámos seguir disfrutando de la vista, protegidos de los rigores del invierno.
Me reuní con mis amigos entre los que estaban Avelino Pí y Antonio Espejo que coordinaban la edición del libro. Me senté junto al fotógrafo de El Periódico de Catalunya, Pepe Encinas que, como siempre, me hizo reír con sus chistes de humor negro, esta vez sobre mi dudoso estado de salud. Avelino y Antonio encargaron uno de los tintos más emblemáticos de Ribera del Duero que degusté con placer, sobre todo después de la abstinencia forzosa en el hospital. Cené pochas con faisán y magret de pato, todo lo contrario de lo que encargó Pepe, que no podía soportar ningún alimento que, como explicaba él, llevara plumas. A pesar del vino, la comida y la agradable compañía, no podía evitar echar de vez en cuando una mirada de reojo a la vía para introducción de suero y medicamentos, insertada en mi muñeca. Era un recordatorio de que el lunes a primera hora debería volver al centro sanitario.
(Continuación)
A partir de ese momento, los acontecimientos se desencadenaron. Fui ingresado, trasladado en una silla de ruedas. A continuación me practicaron todo tipo de análisis. El más decisivo fue una punción en el esternón para proceder a un estudio de la médula y comprobar si había signos de leucemia. Tras tres días interminables llegaron los resultados que fueron negativos.
—Descartada la leucemia hemos comprobado que tu bazo, aún no sabemos por qué, está secuestrando a todas las plaquetas. Una de las posibilidades sería una reacción ante las pastillas Lariam contra la malaria que te tomastes en tu último viaje al sudeste asiático. Vamos a tratarte con una serie de medicamentos para intentar corregir el desarreglo —el doctor Melibosky, un argentino de mi edad, de voz y maneras pausadas, me informó de la situación mientras me miraba directo a los ojos. Pasaron unos días y aumentó, aunque muy ligeramente, el número de plaquetas, gracias al agresivo tratamiento con cortisona. Tenía una celebración importante, por lo que tras mucho insistir, recibí permiso para pasar el fin de semana en casa y asistir a una cena en la que se celebraba la aparición del libro Barcelona’90, para el que había colaborado junto a otros fotógrafos.
Se acercaba la época de los Juegos Olímpicos que iban a celebrarse en Barcelona, y la ciudad hervía en un mar de actividades culturales. Eran las ocho de la noche de un sábado a comienzos de diciembre. Abrí la puerta de mi piso, dejé la pequeña bolsa con ropa en el suelo y me dirigí hacia el estudio para, lentamente, pasar la página del mes de noviembre del calendario de Van Gogh y encararme durante unos minutos con la bella y terrible imagen de la iglesia de Auvers. Este sencillo acto se había convertido en una obsesión durante los últimos días. De alguna manera creía que si podía contemplar la pintura durante el mes que tocaba, o sea diciembre, podría romper el maleficio que había caído sobre mí.
Finalmente lo había hecho. No sabía lo que ocurriría en los próximos días, pero tuve la sensación de que, aunque la muerte me había rozado con sus dedos gélidos, tal vez no me había llegado aún la hora.
Conduje hasta el restaurante La Balsa, situado en la parte alta de Barcelona, muy cerca de la falda de la sierra de Collserola. Esta ubicado en un espléndido jardín que hace muy agradables las cenas en las tibias noches barcelonesas de primavera y verano. Pero para esta época del año se habían instalado unas amplias cristaleras bajo el techo de madera, para que los comensales pudierámos seguir disfrutando de la vista, protegidos de los rigores del invierno.
Me reuní con mis amigos entre los que estaban Avelino Pí y Antonio Espejo que coordinaban la edición del libro. Me senté junto al fotógrafo de El Periódico de Catalunya, Pepe Encinas que, como siempre, me hizo reír con sus chistes de humor negro, esta vez sobre mi dudoso estado de salud. Avelino y Antonio encargaron uno de los tintos más emblemáticos de Ribera del Duero que degusté con placer, sobre todo después de la abstinencia forzosa en el hospital. Cené pochas con faisán y magret de pato, todo lo contrario de lo que encargó Pepe, que no podía soportar ningún alimento que, como explicaba él, llevara plumas. A pesar del vino, la comida y la agradable compañía, no podía evitar echar de vez en cuando una mirada de reojo a la vía para introducción de suero y medicamentos, insertada en mi muñeca. Era un recordatorio de que el lunes a primera hora debería volver al centro sanitario.
(Continuación)
El bazo, ese gran desconocido. Un saludo Paco.
ResponderEliminarBueno, dentro de lo malo ya tiene mejor pinta. Por lo que pueda ser, no pienso comprar ese calendario, y mira que me gusta Van Gogh.
ResponderEliminarEstas consiguiendo que cada vez que vea el cuadro, a partir de ahora, me acuerde de tu historia..
ResponderEliminarPor cierto, después de tantas entradas del tema sigo enganchado. La conclusión es; una narrativa excelente.
Salut!!
Pues sí, engancha al mismo tiempo que desespera no ver el desenlace final, aunque obviamente se advierta el resultado y su conclusión.
ResponderEliminarEsto me recuerda a lo mal que lo pasé la última vez que tome el maldito Lariam. Fue cuando estuve en Papua Nueva Guinea y tuve unos ataques de ansiedad, pánico o todo junto de la ostia. Y no soy al único que le ha pasado. Conozco un amigo que en África tuvo paranoia persecutoria, lo pasó de pena. No sabía lo de los efectos en la sangre. hay que mirar (o casi mejor no mirar) lo que dice el prospecto. Es veneno puro.
ResponderEliminarEspero que el bueno se salve y que el malo sea en mayordomo, ja, ja, ja.
Salud para todos.
Ahora, descartada la leucemia me quedo mas tranquila, aunque ya sabes que yo ya sabia....;-)
ResponderEliminarEso si, lo que me tienes que explicar con detalle, como te las arreglaste para convencer a los medicos para que te dejaran salir, me habria venido muy bien las navidades pasadas, que me las pase enteritas en el hospital.
Una cosa más a añadir a la funesta lista contra el Lariam. Aunque conozco gente que lo ha tomado y no le ha pasado nada. Yo por si acaso no lo pienso probar. Hasta el momento me las apaño con mosquiteras y repelentes.
ResponderEliminarYa se acaba. El próximo lunes es el último capítulo.
ResponderEliminarJordi, ya habíamos hablado del Lariam en mi serie sobre Ghana, pero yo tenía más información que me la reservaba.
Finalmente, según los análisis, nunca se supo porque pasó lo que pasó, o sea que tampoco el Lariam tuvo la culpa. Pero sólo hecho que el médico, un estupendo especialista, lo tuviera mucho en cuenta da que pensar.
Nati, tu tenías información privilegiada. ¿Cómo el protagonista de la historia acaba convenciendo a los médicos? Creo que hay varias razones: la cena de presentación del libro. El hecho de que las plaquetas hubieran aumentado algo debido al tratamiento. Y, aunque no lo dijera, el convencimiento u obsesión del protagonista de que tenía que pasar la página del calendario. Por otro lado Nati, viendo tu blog, se intuye que las has pasado canutas, seguramente mucho más que el protagonista de esta historia.
Frikosal y Xavi, entiendo que miréis con recelo o curiosidad el cuadro. Yo lo he vuelto a ver al natural en su nueva ubicación en el Quai d’Orsay. Pero ya tengo una cierta prevención hacia él. Para poneros un símil, todas las veces que lo he manipulado, escaneado, etc para escribir este post es como si estuviera tratando con nitroglicerina. Lo hago con mucho, muchísimo cuidado. Atento a cualquier posible señal, como la que experimenté aquel día. Y la verdad es que, por suerte, no he sentido nada fuera de lo comúnl.
No le echéis la culpa al pobre Lariam, que sale gratis...
ResponderEliminarNo sé las veces que lo habré tomado, demasiadas. Todavía espero algún efecto secundario como espero el final de la historia.