TACA
El otro día, un lector del blog escribía un comentario sobre my post Indiferencia. Decía: Siento cierta envidia, pues yo he perdido en los últimos años dos gatos preciosos porque no sabían volar y hace diez años que prometí que no tendría otro que no supiera usar paracaídas, así que…
¡Ay! Resulta que yo tengo una gata voladora: Taca…
¡Ay! Resulta que yo tengo una gata voladora: Taca…
Los primeros gatos que tuvimos en este piso, primero Nosé, luego Benito, se paseaban por la cornisa a su antojo, sobre todo Nosé, en excursiones que le dejaban a uno sin aliento. Luego vino Canela, la persa blanca; tan pronto como pudo encaramarse a una ventana siguió la tradición familiar. Pensé que todos los gatos tenían un instinto especial y era practicamente imposible que cayeran.
Cuando Canela entró en edad de merecer la apareamos con un apuesto persa, de alto pedigrí, y nacieron tres preciosos gatitos. Hasta hice una portada con ellos y mi hija Andrea para el Magazine de Vanguardia.
Cuando Canela entró en edad de merecer la apareamos con un apuesto persa, de alto pedigrí, y nacieron tres preciosos gatitos. Hasta hice una portada con ellos y mi hija Andrea para el Magazine de Vanguardia.
Tras varias historias, que no vienen al caso, nos quedamos con una de las gatitas grises a la que bautizamos Taca (mancha en catalán), por una manchita ocre (en la frente) que era del color del padre.
Pero parece ser que Taca no heredó los genes de su madre sino de su padre, que probablemente no se había asomado a una ventana en su vida, o que a pesar de su linaje aristocrático era un poco tonto.
Taca tenía pocos meses y durante una calurosa noche de verano, en la que todas las ventanas estaban abiertas, llamaron desde la calle para avisar que había un gatito malherido en el suelo y preguntaban si éramos los dueños. Era Taca y la tuve que llevar a urgencias, a una clínica veterinaria, en donde estuvo una semana entubada entre la vida y la muerte. Se salvó, aunque ya había perdido una de sus siete vidas.
Al cabo de unos meses, al anochecer, salí a la terraza y vi una sombra gris que a toda velocidad corría por la cornisa y se precipitaba al vacío. Esta vez tuvo más suerte, o tal vez estaba ya aprendiendo a volar; creo que una tupida planta que había en el segundo piso amortiguó su caida. Al cabo de media hora de buscarla por la calle la encontramos aturdida, muy asustada, pero aparentemente ilesa. Estuvo dos días escondida en casa, sin comer, pero después ya todo fue bien. Le quedaban cinco vidas.
La quinta la perdió cuando tras pelarse con su madre saltó al vacío, esta vez por el patio de luces, aunque rebotó en los alambres de tender la ropa que pararon el golpe. O quizás ya casi sabía volar. Se escondió en casa de un vecino que había dejado las ventanas abiertas, enrejadas, y se había ido de vacaciones. No pude encontrarla hasta al cabo de dos días en que la oí maullar en el patio.
Pero parece ser que Taca no heredó los genes de su madre sino de su padre, que probablemente no se había asomado a una ventana en su vida, o que a pesar de su linaje aristocrático era un poco tonto.
Taca tenía pocos meses y durante una calurosa noche de verano, en la que todas las ventanas estaban abiertas, llamaron desde la calle para avisar que había un gatito malherido en el suelo y preguntaban si éramos los dueños. Era Taca y la tuve que llevar a urgencias, a una clínica veterinaria, en donde estuvo una semana entubada entre la vida y la muerte. Se salvó, aunque ya había perdido una de sus siete vidas.
Al cabo de unos meses, al anochecer, salí a la terraza y vi una sombra gris que a toda velocidad corría por la cornisa y se precipitaba al vacío. Esta vez tuvo más suerte, o tal vez estaba ya aprendiendo a volar; creo que una tupida planta que había en el segundo piso amortiguó su caida. Al cabo de media hora de buscarla por la calle la encontramos aturdida, muy asustada, pero aparentemente ilesa. Estuvo dos días escondida en casa, sin comer, pero después ya todo fue bien. Le quedaban cinco vidas.
La quinta la perdió cuando tras pelarse con su madre saltó al vacío, esta vez por el patio de luces, aunque rebotó en los alambres de tender la ropa que pararon el golpe. O quizás ya casi sabía volar. Se escondió en casa de un vecino que había dejado las ventanas abiertas, enrejadas, y se había ido de vacaciones. No pude encontrarla hasta al cabo de dos días en que la oí maullar en el patio.
No, Taca no ha perdido más vidas ni ha aprendido a volar. Pero lo que si ha aprendido, ya lleva haciéndolo ocho años, es a pasear sin ningún miedo (y sin caerse) por la cornisa. Leí en algún lado que los gatos no tienen memoria.
Seguramente, ahora que se ha hablado tanto de Darwin, la ley de la evolución se cumplirá en mi gata y sus descendientes heredarán la habilidad de no caerse desde las alturas. Por lo menos eso espero.
En las fotos podréis ver que tiene una tendencia innata a encaramarse a sitios elevados.
Seguramente, ahora que se ha hablado tanto de Darwin, la ley de la evolución se cumplirá en mi gata y sus descendientes heredarán la habilidad de no caerse desde las alturas. Por lo menos eso espero.
En las fotos podréis ver que tiene una tendencia innata a encaramarse a sitios elevados.
Estoy impresionada con Taca y sus triples saltos mortales con dribbling. No me extrañan esos aires de superioridad que gasta.
ResponderEliminarPor cierto, Scianna estará en Madrid este mes de junio por PhotoEspaña.
Sí que gastan aires de superioridad los gatos persas. Tuve una siamesa que dormía en mi almohada sin ningún tipo de reparo y dos callejeras negras que fueron una compañía estupenda. siempre he querido tener un abisinio, pero de momento demasiados perros.
ResponderEliminarEste blog, dejando a parte su principal función en pro de la buena fotografía, encuentro que es muy entretenido con sus pinceladas de pájaros, recetas y gatos.
Es verdad que es entretentido, pero sobre todo sirve de buen consuelo: igual no eres un fotógrafo estupendo, pero tienes un gato como el fotógrafo. Todo une.
ResponderEliminarGracias por la información Liu.Si me paso por PhotoEspaña, aún no sé si podré, aprovecharé para ver a Ferdinando que seguro que se verá con Clemente Bernad (www.clementebernad.com) y su mujer Carolina, que trabajó en Magnum París. Son muy amigos.Y por cierto Liu,¿tú también tienes gato?
ResponderEliminarY anónimo, un abisinio entraría en mis planes futuros, porque no dejan pelos.Las persas son preciosas pero no veas las toneladas de pelo que acabas recogiendo.
Y muchas gracias por tus opiniones en el blog.Antes de empezarlo leí mucho sobre blogs y me quedé con algunos consejos, el principal escribir de algo que sepas y que te apasiones:en mi caso la FOTOGRAFÍA.Pero un blog también es una especie de diario, de ahí las pequeñas pinceladas de mi vida cotidiana:los gatos, las recetas, los pájaros...
Estoy contigo Paco, que un blog es una especie de diario. Aunque nuestra pasión sea la fotografía me aburren los fotógrafos que solo hablan de fotos. Somos fotógrafos y mucho más, somos personas y tenemos perros y gatos cocinamos peor (es mi caso) o mejor, pero nuestra vida no se basa solamente en sacar fotos. Y más vale que es así. Yo también tuve un gato "txuri" y un día no supe más de él y de verdad que estuve unos días jodido.
ResponderEliminarHola, Paco. Tuve un gato hace ya unos siete años. Era muy salado; caía bien a gente que odia a los gatos. Hasta el mensajero lo saludaba a él antes que a mí, Y los miércoles tenía tarde de visita como las marquesas: subían unos vecinos de la finca de al lado con su gata y pasaban los cuatro un buen rato. Lo malo es lo de siempre: no se puede vivir en pisos altos con gatos que no miden bien las distancias. Igual era miope,:(
ResponderEliminarLiu, empiezo a ver que hay muchos gatos que han sufrido "el mal de las alturas". Y ,Joseba,lo de que algunos cocináis peor,siendo vasco, no me lo creo. Igual eres de una sociedad gastronómica y todo.
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