El día siguiente al desembarco de armas en la costa de Irlanda, a muchos kilómetros de allí y a veinte grados menos de temperatura, Lukovo Boskovic, absorto en sus pensamientos, contemplaba con una absoluta falta de entusiasmo el impresionante panorama que se abría ante sus ojos. El yugoslavo, apoyado en la barandilla de la terraza del restaurante Schilthorn, a dos mil novecientos setenta metros de altura, en el corazón de los Alpes Suizos, no perdía de vista el teleférico que ascendía desde las profundidades del valle.
Boscovik había recibido con profundo desagrado la notificación del lugar de la cita con el hombre al que esperaba. En las dos ocasiones anteriores en que se reunieron, lo hicieron en Zurich y en Ginebra. El yugoslavo era un individuo sedentario, amante de los placeres de la buena vida. Los veinticinco kilos por encima del peso ideal para su metro setenta y cinco de estatura daban buena fe de ello.
La cabina del teleférico llegó al final de su trayecto. Dos hombres se separaron del resto de esquiadores y se acercaron a Lukovo Boskovic. El más alto le saludó estrechándole la mano. Llevaba un conjunto de esquí rojo que se ceñía como un guante a su cuerpo, en el que no sobraba ni un gramo de grasa. Mostraba un intenso bronceado y sus dientes centellearon al sonreír al yugoslavo.
La foto está tomado en el Piz Gloria. Y la persona de rojo no es el esquiador recién llegado, ni mucho menos Lukovo Boskovic, sino Elena Affeltrangler de turismo suizo y la que organizó el viaje de prensa que publiqué en el Dominical del Periódico.
Por cierto, Elena, con el nombre de Helen Tanner,tiene un pequeño papel en Un día de mayo.Ya falta poco. La novela se presentará el próximo lunes día 4 de abril, a las 19,30 h en la Galería Vàlid Foto de Barcelona.